Cuando el que mira es un hombre
Comienzo a escribir casi sin querer. Con cierto miedo de no encontrar respuestas. Inmediatamente asumo que las obras de Laura Torrado derivan de una suerte de desdoblamiento, incluso cuando se disfrazan de simple autorretrato. Naturalmente pienso en Artaud y en el doble, pero sobre todo en una frase de Alejandra Pizarnik: «no puedo hablar con mi voz, sino con mis voces»[1]. Esas otras voces, esas otras identidades o traducciones deformadas, Laura Torrado las destila en fotografía valiéndose en muchas ocasiones de su propio cuerpo, y más concretamente de su propio rostro como materia, como escenario. Si en sus primeros trabajos eran objetos que revelaban lo efímero poco a poco destilará toda esa escenografía al cuerpo.
Como en Pizarnik, afín a los poetas malditos y a los desdoblamientos, existe un algo de incoherencia surrealista en el trabajo de Laura Torrado. Lo indecible, la brevedad del verso, la falta de respuestas y alternativas a las fisuras levantadas, a cierta angustia existencial, contenida, nos lleva a indagar en esos silencios. El espacio de extrañamiento de Laura Torrado no dista de esa herida en primera persona del singular que confiesa Pizarnik, donde el ‘yo’ deviene ente fantasmagórico. La protagonista del disparo fotográfico se reconoce en su ‘yo’ pero la imagen, el espejo de Artaud, devuelve un ‘yo’ irreconocible y desconocido. Sería algo así como aquel sueño a modo de segunda vida que abre el Auréliade Nerval.“Aquí ha comenzado para mí lo que llamaré el esparcimiento de la fantasía en la vida real. A partir de ese momento, todo tomaba a veces un doble aspecto, y eso sin que el razonamiento adoleciese nunca de falta de lógica y sin que la memoria me hiciera olvidar cuanto me ocurría, ni en sus más ligeros detalles. Solamente mis acciones, insensatas aparentemente, estaban sometidas a lo que se llama ilusión, según la razón humana”[2].
Las fotografías de Laura Torrado tienen algo de frontera, de tránsito entre la propia representación, de sí misma, y la síntesis poética. Del ‘ser’ se pasa al ‘mostrar’ en una fotografía que trata de penetrar en lo oscuro para reconocerse. Por eso resulta tan tensa, porque realmente en esa búsqueda descubre el reencuentro con otra mirada, que nace del fragmento, de un cuerpo capaz de rehacerse enrarecido, poetizado. Algo así sucede en su vídeo La llorona -Lágrimas negras –, donde el rímel dibuja formas en la cara tras deslizarse a causa de tímidas lágrimas, casi imperceptibles salvo por ese rastro negro.
En el fondo existe un paradójico caminar hacia la abstracción desde la figura, más de sensaciones que propiamente de formas; casi abstracción al fin y al cabo. Las fotografías de Laura Torrado son productos de una figuración compleja. Como señala Deleuze, hay “dos maneras de superar la figuración (es decir, a la vez lo ilustrativo y lo narrativo): o bien hacia la forma abstracta, o bien hacia la Figura. A esta vía de la Figura Cézanne le da un nombre sencillo: la sensación. La Figura es la forma sensible relacionada con la sensación (…) La sensación es lo contrario de lo fácil y lo acabado, del cliché, pero también de lo sensacional, de lo espontáneo”[3]. Deleuze señala la sensación como el hilo de unión entre Cézanne y Bacon, siendo éste último quien insiste en la sensación como aquello capaz de pasar de un ordena otro, de un nivel a otro o de un dominioa otro. Ese tránsito convierte el cuerpo en escenario y la imagen en escena suspendida en espera de un suceder. En otras palabras, Laura Torrado construye la sensación, la escena; lo vemos enThe Endless Story, de 1999, donde esa máxima de Bacon de pintar el grito antes que el horror se hace efectiva. La figura del medio se reafirma en esa intención baconiana de romper con lo figurativo, de moverse sin moverse del sitio, un momento ‘phático’ de la sensación que nos lleva a pensar también en vídeos como L’eté Indien.
También en The Endless Story, podemos advertir como sus obras son producto de una narración fragmentaria, entrecortada. Algo que repite con forma de secuencia en todos los capítulos de La tormenta en los ojos, aunque también, de una manera menos explícita, en cada una de sus propuestas.
Lo señala Santiago B. Olmo, “Laura Torrado se sirve de la escenificación para acentuar, como en una síntesis, los problemas y los argumentos de un relato sin hilo conductor, abriéndose la posibilidad de síntesis narrativas en lo simbólico, en la representación de enigmas o jeroglíficos visuales”[4]. Para éste, los autorretratos de Laura Torrado se presentan como alegorías laicas, más cercanas al teatro de símbolos renacentistas que al ritual religioso. Así, entenderemos las ventanas y escaleras (el tránsito) y los rostros solapados (el misterio); otra vez el teatro, el escenario y el acto (la performance fotografiada).
Pero siempre será un espacio íntimo, para miradas privadas. Y esta es una cuestión importante. Como el de esa mirada que en muchos casos se corta por la fotografía (Mujer escalera; Endless story), se tapa o ciega (Autoretrato VII; La tormenta en los ojos; The insides), se desliza (La llorona -Lágrimas negras-), se evita (Erased Portrait), se vela (El silencio y la noche) o se enmascara (Le mensonge I). El gesto, cercano a la danza -pienso en L’été indien-, cobra una fuerza básica en esa deriva introspectiva. Laura Torrado “impide que nos acerquemos demasiado y en esa distancia radica gran parte de su eficacia; despliega un orden metafórico donde gozamos de libertad para proyectar y leer nuestras propias inquietudes, miedos, sueños o certezas”[5]. Efectivamente, en la mirada de las modelos de Laura Torrado no hay oferta, ni recepción, sólo distancia y distracción. El sentimiento resulta contenido, concentrado en la aparente distensión de los personajes. Ese tono críptico de la imagen revela su sentido crítico, no complaciente con un espectador que pierde el control de la escena definitivamente. Las obras de Laura Torrado se formalizan en la dificultad, como cuando la escritura de Artaud irrumpe de pronto para volver a comenzar. Hay una intención de transgresión de todo aquello que nos protege como espectadores y de ahí que su discurso, amable en una primera mirada, resulte violento y extremo.
Laura Torrado, en muchos casos, utiliza su cuerpo como escultura o como pintura. Son estudios de un cuerpo visto como fragmento, como prolongación, o incluso como prótesis, pero sobre todo como superficie. Porque la idea no es negar la mirada sino intensificarla, llevarla al límite. Cada elemento semeja obedecer a un ritual y aún en sus composiciones más simples y elementales lo que nos llega es una imagen densa, de esas que con lo mínimo deja aflorar posibles referencias; se ha citado a Jana Sterbak, Ana Mendieta, Louise Bourgeois, Meret Oppenheim, Rebecca Horn,… Pienso en ésta última y recupero uno de sus textos titulado Der Eintänzer(1978): “El pasado vivido se percibe en historias, que despiertan asociaciones y se convierten al mismo tiempo en espacio libre para la propia fantasía. Si alguien decide habitar este espacio, sus ensoñaciones adquirirán densidad y se independizarán en nuevas historias”. Esas historias se dibujan en gestos, tatuajes y disfraces en las fotografías de Laura Torrado. Su cuerpo y otra vez el argumento mínimo, tan frágil como una lágrima y tan fuerte como una mirada de la modelo (pienso en La Sibilia, en Las mil y una nocheso en Filles modernes), marcan los tiempos. Entonces, continúa Horn, “sólo queda por ver si la acción construida específicamente para tal espacio ya se ha producido o si empieza a desplegarse en ese preciso instante. Titubeando, la piel nueva de los acontecimientos se posa sobre el espacio y procura ser idéntica a la vieja”.
Esa película de piel se enfatiza en los títulos de los trabajos, fundados en sentimientos (Si te quise;El presentimiento) o en espacios o situaciones íntimas (Hogares y silencios;El abrazo). Porque todas estas atmósferas extrañas y en apariencia ajenas, se construyen desde lo más personal de la artista y sus relaciones cotidianas. Y en lo cotidiano se esconden las más irresolubles ecuaciones, las interrogaciones más difíciles. Como en El dormitorio, donde la propia artista y su abuela se presentan en ropa interior y dejan que, como espectadores, invadamos impúdicamente ese espacio. Es como si el tiempo se detuviera en una suerte de paréntesis, tan irresoluble y rico como la virtualmente cortada conversación íntima entre mujeres de dos generaciones distintas igualadas por el tiempo del disparo.
Laura Torrado trabaja la exterioridad pero desde un punto de vista íntimo. Así, deja fluir todas las narrativas posibles que se resuelven desde la tensión poética, avanzando siempre desde el silencio de unos personajes a los que sólo accedemos de un modo superficial, exterior. Esa potenciación de lo cotidiano, individual y genérico al tiempo, se puede extender al momento o tiempo de la acción, que nunca obedece a un acontecimiento entendido como suceso, sino a un acontecimiento entendido como devenir, como tiempo en el que aparentemente nada sucede, como rutina. Por eso valora la pausa, el momento de espera. Cada pose, cada gesto, cobra entonces un valor diferente y acaba por definirnos como individuos dentro de una sociedad, de nuestra escena. Así, los rostros, más que rostros se convierten en máscaras que dificultan la información. Lo advertimos explícitamente en Le mensonge I, en Mujer escalera, en The insideso en sus Sherezades, pero también en la citada sensación baconiana que torna todo borroso. En obras como Hammam deja ver todo eso. La espera tensa de las modelos lleva nuestro pensamiento fuera de la escena. “En estas escenas aparece bajo el peso de lo simbólico el relato de una escena cercana y precisa, con connotaciones sociales, como una reflexión crítica de la historia y de la cultura respecto a la mujer y a lo femenino: una historia interior de la mujer a través de sus símbolos culturales y existenciales”[6].
Se ha insistido en cómo la obra de Laura Torrado se centra en el espacio íntimo de lo femenino. “El espacio autobiográfico es obvio, pero igual de obvio es que se trata de una obra construida sobre la intimidad universal de la mujer, destacando las relaciones entre nosotras, el espacio personal, y una forma diferente de mirar los cuerpos, la sensualidad u los sentimientos”[7]. Cierto es que las mayoría de sus modelos son mujeres y que su manera contenida de exhibir sensualidad es propia de lo femenino. Pero en esa contención del argumento mínimo se adivinan fórmulas capaces de superar aquello que se podría quedar más en homenaje para demandar una mayor reflexión sobre esa aparente simplicidad de lo que nos rodea. “Torrado busca reflejar la deformación que producen los estados de ansiedad, el hastío o los prejuicios sobre el cuerpo. Los nexos entre las obras son sin embargo demasiado ambiguos y apenas traspasamos la superficie de cuestiones que se presuponen de mayor profundidad”[8].
Es por ello que no podemos sino concluir que lo más atractivo de las situaciones planteadas por Laura Torrado es que son indescifrables. Todo es producto de una imagen impenetrable. Sus historias son posibilidades, muchas veces impregnadas de una estudiada tensión erótica y otras mostrando mucho más y sin embargo restando parte de esa tensión. En obras como Hammamo La Sibilasemeja encontrar sentido la aseveración de Bataille: “La acción decisiva es ponerse desnudos”[9]. Pero también la atractiva paradoja de las escenas construidas por Laura Torrado donde la falsificación resulta más verdadera que nunca: “En las fotografías pornográficas es cada vez más frecuente que los sujetos retratados miren, con una estrategia calculada, hacia el objetivo, manifestando así con claridad que son conscientes de estar expuestos a la mirada. Este gesto inesperado desmiente violentamente la ficción implícita en el consumo de tales imágenes, según la cual quien las contempla sorprende sin ser visto, a los actores: éstos, sosteniendo a sabiendas la mirada, obligan al voyeur a que les mire a los ojos (…) El hecho de que los actores miren al objetivo significa que muestran que están simulandoy, no obstante, de forma paradójica, en la medida en que exhiben la falsificación resultan más verdaderos”[10]. En La Sibila, por ejemplo, dos de las miradas desnudan al espectador de toda posibilidad impúdica.
Mientras, en obras como Historias Bucólicasya no se simula la realidad, se excede. Una de las mujeres lleva un hocico de cerdo y todas visten de modo extraño. La máscara vomita una realidad absurda, incongruente, pero también destila una forma de crítica, la construcción del otro, la demonización de lo diferente. En Mentiras de aguael título lo dice todo y lo que se ve es el cielo, como en un sueño capaz de desdoblar la realidad.
En definitiva, nunca sabremos la verdad completa de las fotografías de Laura Torrado, ya que la realidad en ellas resulta velada y el mundo del secreto pertenece más a la ficción. Por eso en una de sus últimas fotografías se representa sin representarse (con un doble que no es su doble) a lo Sherezade, enfatizando esa narración ficcionalizada sin fin; si las historias verdaderas nunca son nuestras, las ficticias sí pueden serlo. La tormenta descubre otros paisajes y el deseo de poder seguir mirando deriva en sueño permanente, como aquel sonámbulo de Nietzsche que debe seguir soñando para no precipitarse al suelo. Pienso que cuando el que mira y escribe es un hombre, todos son miedos, y dudas.
[1]Pizarnik, Alejandra. Obras Completas. Poesía & Prosa. Buenos Aires: Corregidor, 1990
[2]Nerval, Gérard. Aurélia. Col. Reino imaginario. Ed. Coyoacán, México, 1998
[3]Deleuze, Gilles. Francis Bacon. Lógica de la Sensación, Arena Libros, Madrid, 2002
[4]Olmo, Santiago B. “Laura Torrado. Interior escénico”. Madrid al descubierto. Una propuesta multidisciplinar del arte madrileño de los noventa, Comunidad de Madrid, 2003
[5]Murría, Alicia. Las ficciones que nos habitan, La Fábrica Editorial, Madrid, 2004
[7]Olivares, Rosa. 100 fotógrafos españoles. Exit Publicaciones – Olivares y Asociados, Madrid, 2005
[8]Vozmediano, Elena. El Cultural, ¿?
[9]Bataille, Georges. El erotismo, Ed. Tusquets, Barcelona, 1985
[10]Agamben, Giorgio: “El rostro”, Medios sin fin. Notas sobre la política, Pre-Textos, Valencia, 2001